La comprensión que tenemos sobre el estado de los muertos está estrechamente interrelacionada con quiénes somos y cómo experimentamos la realidad.
León Tolstoi sufrió una crisis existencial a los 50 años que le llevó al borde del suicidio. El autor ruso aprovechó este dramático momento para escribir una de sus obras más impresionantes: Una confesión (1882). En su libro detalla las dudas, incertidumbres, temores y esperanzas de su corazón, al tiempo que expone las razones por las que cayó en la crisis de fe que estuvo a punto de acabar con su vida.
Durante esta experiencia, Tolstoi se planteó lo que él llamó "la pregunta más importante".
"Mi pregunta -la que a la edad de cincuenta años me llevó al borde del suicidio- era la más simple de las preguntas, que yace en el [corazón] de todo hombre. . . una pregunta sin respuesta a la que no se puede vivir. . . . Era: "¿Qué resultará de lo que hago hoy o haré mañana? ¿Qué será de toda mi vida? . . ¿Por qué debería vivir, por qué desear algo o hacer algo? También puede expresarse así: ¿Hay algún sentido en mi vida que la inevitable muerte que me espera no destruya? "1
Junto a la angustia existencial de enfrentarse a la ausencia total de sentido, esta cita se refiere a la muerte, ese enemigo de la humanidad que no sólo pone un límite temporal a la propia existencia, sino que plantea toda una serie de interrogantes. Además de la perplejidad que la muerte genera en todos aquellos que la contemplan, me interesa la relación que Tolstoi establece entre la muerte y nuestra forma de vivir la vida hoy: "¿Hay algún sentido en mi vida que la inevitable muerte que me espera no destruya?".
En efecto, la comprensión que tenemos sobre el estado de los muertos está estrechamente interrelacionada con quiénes somos ahora y cómo experimentamos nuestra realidad. En este sentido, va mucho más allá de saber si los que han muerto están ahora en el cielo o en el infierno o durmiendo hasta que vuelva Jesús.
Por lo tanto, abordemos primero el concepto de muerte, y luego analicemos la forma en que el concepto que tenemos sobre ella puede cambiar la perspectiva de nuestra vida actual.
Concepción Original
Cuando los cristianos intentamos comprender el concepto de muerte, el punto de partida es el registro bíblico de la creación de la vida, ya que intuitivamente consideramos la muerte como el cese de la vida. Remontarse a la creación de los seres humanos en el Génesis nos ayuda a saber cómo se formó el ser humano: polvo de la tierra + aliento de vida = ser vivo (Gn. 2:7; Job 33:4).
El registro bíblico también nos revela que hubo un diseño original para nuestra existencia.
Este diseño original incluye la posibilidad de tener una existencia eterna, a diferencia de la inmortalidad del alma.2 La idea del diseño original de Dios implica que el ser humano no es un accidente. No estamos destinados a nacer, sufrir y luego desaparecer para siempre. Además, en este diseño original nuestro cuerpo material fue diseñado como un componente inseparable de nuestra existencia.3
Al concebir al ser humano como un todo inseparable (no existe un "alma" que tenga vida aparte del cuerpo),4 entendemos que la muerte no separa el cuerpo de un alma inmortal. Más bien, la muerte es el fin último de toda vida; ninguna función de la vida humana sobrevive a la muerte.
Impacto en nuestra vida diaria
El registro bíblico muestra que nuestra anatomía está adaptada a ese diseño original: "varón y hembra los creó" (Gn. 1:27). En este sentido, el cuerpo y su anatomía son tan trascendentes como la "vida interior" (mente y espíritu), no sólo para preservar la vida presente sino también para trascender a la vida eterna (don inmerecido de la gracia de Dios).
Hoy, en cambio, la sociedad considera el cuerpo como un elemento maleable y adaptable que puede alterarse para transformar nuestra vida interior. ¿Sentimos los efectos del envejecimiento en nuestro aspecto? No hay problema. Nada que un par de estiramientos faciales o cirugías estéticas no puedan remediar. ¿No estamos satisfechos con nuestro sexo? Un "cambio de sexo", o cirugía de alteración biológica, puede arreglarlo. Pero del mismo modo que un par de cirugías estéticas no pueden detener el deterioro biológico ni hacernos inmortales, mutilar el cuerpo tampoco alterará el diseño original de nuestra sexualidad, un diseño que está escrito en nuestro ADN.
Así, la Biblia afirma que una correcta comprensión de la muerte (la realidad futura que nos espera a todos, a menos que Cristo vuelva antes) nos lleva a apreciar y valorar nuestra vida presente. Y ese aprecio y valoración implica no sólo hacer las paces con el cuerpo que Dios nos ha dado como parte de Su diseño original, sino también respetar ese plan original cuidando nuestro cuerpo y fortaleciéndolo, como forma de proteger y promover nuestro bienestar general.
Vivimos en un mundo de pecado y sufrimos en nuestro cuerpo, alma y espíritu, pero muy pronto Dios erradicará la muerte del universo (1 Co. 15:26; Ap. 20:14; 21:8). En la segunda venida de Cristo, para todos los que hemos vivido según esta esperanza en comunión con Jesús, Dios transformará finalmente nuestro cuerpo, llevándolo a la perfección del diseño original. Entonces, el dolor, la enfermedad y la muerte ya no podrán dañar nuestra existencia eterna. Mientras esperamos ese momento glorioso, podemos encontrar vida, plenitud y bienestar integral respetando y cuidando ese diseño original.
1 León Tolstoi, Una confesión (Mineola, N.Y.: Dover Publications, 2005), p. 21.
2 La humanidad recibió la vida de Dios, pero los seres humanos no tienen vida en sí mismos (Hch. 17:25, 28; Col. 1:16, 17).
3 Las Escrituras enseñan que cada ser humano es una unidad indivisible. El cuerpo, el alma y el espíritu funcionan en estrecha cooperación, lo que revela una relación intensamente interdependiente entre las facultades espirituales, mentales y físicas de una persona (Lc. 1:46, 47; Mt. 10:28; 1 Co. 7:34; 1 Tes. 5:23).
4 El espíritu (ruach en el Antiguo Testamento y pneuma en el Nuevo Testamento) regresa al Señor al morir, pero no tiene vida ni existencia consciente propia independiente del cuerpo (Sal. 146:4; Ecl. 12:7; Job 34:14; Lc. 23:46; Hch. 7:59).
Marcos Blanco, Doctor en Filosofía, es redactor jefe de la Editorial Hispanoamericana de Argentina.