Iván Omaña
El rey Nabucodonosor estaba atrapado por delirios de grandeza, algo que lo perseguiría durante toda su vida. A través del sueño en Daniel 2, Dios había revelado claramente que él y su reino de Babilonia eran sólo la cabeza de oro en la “gran imagen” (Daniel 2:31, RVR1960). Pero Nabucodonosor se negó a aceptar el hecho de que estaba de paso por la vida como cualquier otro humano que camina por la tierra. Decidió hacer que su presencia fuera “permanente” en todo el reino. Haciendo una referencia directa al sueño, Nabucodonosor encargó una enorme estatua, hecha completamente de oro. Estaba seguro de que el sueño era incorrecto, que Dios se equivocó al decir que él, solo era la cabeza de oro.
Se convocó la asamblea. Allí estaban los altos funcionarios, los gobernantes, los consejeros, los tesoreros, los jueces, los magistrados, los funcionarios provinciales. Las órdenes fueron claras. Debían inclinarse ante la imagen del rey cuando la orquesta tocara. La escena debió de ser impactante y ominosa. En medio de un mar de gente que besaba el suelo, tres jóvenes se pusieron de pie. El rey Nabucodonosor lo tomó como una afrenta personal y afirmó: “’¿Qué dios podrá rescatarlos de mi poder?” (Daniel 3:15, NTV).1 La respuesta que dieron ha sido el tema central de muchos sermones, y sin embargo merece una reflexión. La Nueva Traducción Viviente lo traduce: “Oh Nabucodonosor, no necesitamos defendernos delante de usted. Si nos arrojan al horno ardiente, el Dios a quien servimos es capaz de salvarnos. Él nos rescatará de su poder, su majestad; pero aunque no lo hiciera, deseamos dejar en claro ante usted que jamás serviremos a sus dioses ni rendiremos culto a la estatua de oro que usted ha levantado” (Daniel 3:16-18).
¡Eran jóvenes valientes! Sus palabras solo sirvieron para enfurecer aún más al rey. Fueron atados y arrojados a un horno de fuego que se había calentado siete veces más de lo normal. Tan caliente estaba el fuego, que los que arrojaban a los hebreos al horno murieron. Y aquí está una de las lecciones importantes. Estaban atados por las circunstancias, atados con los lazos de la inaceptación, atados con cuerdas para probar su lealtad espiritual. ¡Sus manos y sus pies estaban atados! ¿Te has sentido alguna vez como si tus manos estuvieran atadas? Me parece muy impactante que aquellos que eran “algunos de los hombres más fuertes de su ejército” murieran a causa del fuego. El instrumento que el rey había elegido para atacar a los hijos de Dios “mató a esos hombres” (Daniel 3:22).
En Profetas y reyes, Elena de White escribió: “El Señor no se olvidó de los suyos. Cuando sus testigos fueron arrojados al horno, el Salvador se les reveló en persona, y juntos anduvieron en medio del fuego. En presencia del Señor del calor y del frío, las llamas perdieron su poder de consumirlos”.2
Cuando pasamos por pruebas, la tendencia es sentirnos solos. Pero si he aprendido algo de esta historia, es que cuando las cosas se calientan, Jesús está ahí, justo en medio del calor, con nosotros. Y, además, los que nos están probando verán que él está con nosotros. En el relato bíblico, Nabucodonosor se acerca a la entrada del horno... ¡espera! ¡Hay algo desconcertante aquí! Unos minutos antes, habían tenido que sacar los cuerpos de los hombres “más fuertes” de su ejército que habían arrojado a Sadrac, Mesac y Abednego al horno. Pero ahora Nabucodonosor se acerca al horno, ¡y no pasa nada! ¿A qué se debe esto? Me gustaría sugerir que, en este mismo momento, incluso en medio de su incredulidad, el rey Nabucodonosor está recibiendo el beneficio de la bendición espiritual que estaban recibiendo aquellos a los que pretendía dañar. ¡Interesante! ¡A través de nuestra fidelidad, Dios puede bendecir a aquellos que pretenden dañarnos!
Por último, algo especial ocurrió cuando Sadrac, Mesac y Abednego salieron del horno. La Biblia nos enseña tácitamente algo aquí. Si comparas las cosas con las que los tres jóvenes fueron arrojados y las que salieron con ellos, algo falta. Te invito a que leas atentamente el relato, poniendo especial cuidado en comparar Daniel 3:20 y 21 y Daniel 3:26 y 27. Te pregunto ahora, ¿qué es lo único que quedó en el fuego? ¿Y cuáles son las cosas que tú y yo debemos dejar en el fuego? ¿Cuáles son las cosas que Jesús debe quitar de ti y de mí?
La mayor lección que saco de esta historia, en este contexto, es que cuando soy arrojado al horno de fuego y Jesús se une a mí allí, las únicas cosas que se quitan son las que me atan. Que también los que intentan hacerme daño lleguen a comprender que él es capaz. Pero, aunque él decida no actuar, como los tres jóvenes, estoy decidido a permanecer fiel. ¿Y tú?
Iván Omaña (Seminario Teológico de Dénver, Colorado, EE.UU.) es director asociado de Ministerios de Capellanía Adventista en la Asociación General de los Adventistas del Séptimo Día en Silver Spring, Maryland, EE.UU. Correo electrónico:
Citación Recomendada
Iván Omaña, "Cosas que quedan en el fuego," Diálogo 34:2 (2022): 3-4
NOTAS Y REFERENCIAS
1 A menos que se indique lo contrario, todas las referencias de las Escrituras en este editorial están citadas de la Nueva Traducción Viviente de la Biblia. Santa Biblia, Nueva Traducción Viviente, copyright © 1996, 2004, 2015 por Tyndale House Foundation. Utilizado con permiso de Tyndale House Publishers, Inc., Carol Stream, Illinois 60188. Todos los derechos reservados.
2 Elena G. White, Profetas y reyes (Mountain View, Calif.: Pacific Press, 1917), 508.
https://dialogue.adventist.org/es/3672/cosas-que-quedan-en-el-fuego