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Enfrentando los desafíos universitarios con fe

Gabriela de Sousa Matías

Terminé la secundaria en el Colegio Adventista del Plata en Argentina, donde la visión y misión adventistas, así como el cuidado emocional y espiritual de los estudiantes, se consideraban extremadamente importantes. Mientras asistí al Colegio, estuve en el internado, donde disfruté de muchas amistades, actividades recreativas y de crecimiento espiritual en un entorno protegido y saludable. Sin embargo, el día de mi graduación trajo sentimientos encontrados. Sentí alegría al terminar ese capítulo de mi vida académica, satisfacción por hacer que mis padres se sintieran orgullosos de mi logro y deleite al lucir mi hermosa vestimenta de graduación. Pero en lo profundo, sentía incertidumbre acerca de mudarme a un nuevo lugar para continuar mis estudios y decirles adiós a mis amigos del colegio. ¿Qué debía hacer a continuación? ¿Cómo sobrellevaría las exigencias de la universidad?

Aunque seguía luchando con lo que el futuro me depararía, hice un firme compromiso de ser fiel a mi Dios, respetar su ley y ser un testimonio para aquellos que me rodeaban en cualquier situación que pudiera enfrentar.

El comienzo de mis estudios universitarios

Después de analizar mis opciones y pedirle a Dios que me guiara, elegí estudiar Terapia Física en una prestigiosa universidad estatal lejos de mi hogar. Esta decisión implicaba cambios radicales en mi vida. Tenía que ir a una de las ciudades más grandes del mundo, ubicada en un país diferente al que vivía mi familia. Tenía que aprender a reconocer y enfrentar varios peligros. Sabía que sería un desafío el vivir en el mundo secular donde abundaban los principios mundanos y los prejuicios contra la expresión religiosa. Mientras permanecía fiel a mis convicciones, daba testimonio a mis compañeros y encontraba un nuevo hogar en la iglesia local.

Una vez establecida, me di cuenta que me llevarían cuatro horas al día ir y venir a la universidad en transporte público. Además del estrés de los días tan largos, me preocupaba mi seguridad mientras viajaba sola por la ciudad.

En mi primer día en el campus, enfrenté largas filas para registrarme, verificar documentos, etc. Al entrar al enorme auditorio para mi primera clase de anatomía, ¡descubrí que era una en una clase de 320 estudiantes de primer año! Me sentí intimidada y asustada.

Mis clases estaban programadas a lo largo de todo el día y hasta la noche, con largos espacios entremedio, por lo que no podía regresar a casa para preparar comida casera caliente, sino que tenía que conformarme con comida comprada. A pesar de las largas horas de clase, los períodos de tiempo libre entre ellas, las comidas no tan saludables y otras incomodidades, estaba decidida a tener éxito y trabajé duro en mis estudios a medida que avanzaba el semestre. A menudo usaba el tiempo entre clases para estudiar la Biblia y orar por fuerza espiri- tual para superar los numerosos obstáculos difíciles que enfrentaba diariamente y para mantenerme firme en los principios divinos.

Problemas con la observancia del Sábado

Hacia el final de una clase de anatomía, el profesor anunció en voz alta y clara que el primer examen parcial estaba programado para el sábado por la mañana de la semana siguiente.

“¡Oh, no! ¡El sábado no!” Exclamé con consternación. Solo tres de los 320 estudiantes de la clase éramos adventistas del séptimo día. Los observadores del sábado en la clase nos acercamos de inmediato al profesor y le preguntamos si podía aplicar el examen otro día. Al instante, y frente a esos 320 estudiantes, gritó con enojo: “¡No voy a cambiar el día del examen, ni para los adventistas, ni para los pentecostales, ni para ninguna otra religión!” Recibir gritos del profesor frente a todos nuestros compañeros de clase fue estresante y vergonzoso.

Al final de la clase ese día, los tres estudiantes adventistas nos reunimos para orar por este problema y dialogar sobre posibles estrategias para resolver la situación. El país donde estaba estudiando tiene una ley de protección de conciencia para este tipo de casos, así que pedimos a nuestros respectivos pastores que escribieran una carta solicitando una excepción de exámenes los sábados. Oramos juntos y nos recordamos mutuamente promesas bíblicas como “‘Pedid, y se os dará; buscad, y hallaréis; llamad, y se os abrirá’” (Mateo 7:7, RVR1960).* Y una vez más, me comprometí a mantenerme firme con mi Señor, independientemente de las consecuencias.

Con las cartas de nuestros pastores en mano, solicitamos una cita con el jefe de la cátedra de anatomía, quien accedió a regañadientes a reunirse con nosotros. Tan pronto como entramos a su oficina, mostró su desagrado, respondiendo a nuestra solicitud de manera seca y cortante: “De ninguna manera. La fecha está establecida y permanecerá igual”.

El plan de estudios en la universidad requería que cada materia tuviera varios profesores. Por lo tanto, un jefe de cátedra, un adjunto, un jefe de trabajos prácticos y algunos otros profesores se reunieron para discutir nuestro caso. No había voluntad de su parte para cambiar el día, ya que eso requeriría que fueran a la universidad en un día diferente al de su cronograma habitual y porque la mayoría de ellos eran escépticos e intolerantes con la religión.

Continuamos orando y pedimos a los miembros de nuestras iglesias que oraran por y con nosotros. Mientras tanto, tuvimos que reprimir nuestra ansiedad para mantenernos al día con el desafío de escuchar al profesor, participar en actividades en clase y aprender y retener el contenido de esta y otras materias.

En el siguiente período de clase de anatomía, el profesor caminó hacia el frente de la clase y, con voz fuerte y disgustada, anunció que el examen se adelantaría cinco días porque varios estudiantes no podían hacerlo el sábado. Los estudiantes adventistas experimentamos una gran ansiedad ante este anuncio. Cinco días menos para estudiar pueden significar la diferencia entre aprobar y reprobar. En consecuencia, nuestros compañeros de clase no estaban contentos de perder cinco días de tiempo de estudio por nuestra causa. Cuando nos cruzábamos con ellos en los pasillos de la universidad, nos miraban con enojo y hacían comentarios despectivos y agresivos.

Teníamos que encontrar otra solución. Nuevamente, solicitamos con oración una cita con el jefe de cátedra. Le suplicamos que cambiara la fecha del examen para los tres estudiantes adventistas manteniendo la fecha original para el resto de la clase. Expresamos nuestro agradecimiento por la decisión de cambiar la fecha del examen por nosotros, pero con tristeza, le dijimos que nuestros compañeros de clase estaban siendo perjudicados por nuestra fidelidad a nuestras creencias y prácticas religiosas. Dijimos que nos sentíamos incómodos por el impacto perjudicial de nuestra decisión en ellos.

Dos días después, se hizo otro anuncio en clase: “El examen permanecerá en la fecha original, excepto los tres estudiantes afectados que tomarán el examen el viernes al mediodía”.

¡Qué gran alivio! Nuestros corazones rebosaban de alegría y gratitud a Dios porque accedieron a permitirnos tomar el examen en un día que no fuera sábado.

Nuestra lealtad a Dios produce resultados positivos

La vida estudiantil continuó. Esta fue la primera de muchas ocasiones en las que tuvimos que solicitar una exención de exámenes en sábado. Nuestra fidelidad al Creador resultó en muchas bendiciones: éxito en nuestros estudios, buenas pasantías y la oportunidad de dar testimonio a nuestros compañeros de clase y profesores acerca de lo grande y misericordioso que es Dios. Muchos de nuestros compañeros de clase mostraron interés en aprender más sobre la fe bíblica. Formé amistades con algunos de ellos que continúan hasta el día de hoy. Una se convirtió en mi mejor amiga. Le enseñé acerca del amor de Dios y su plan para la felicidad de los seres humanos, le di estudios bíblicos y se bautizó. Conoció a su futuro esposo en la iglesia y hoy tienen una hermosa familia. Ahora sirven juntos como profesionales en una institución adventista. Ella compartió su fe con su madre, quien también desarrolló una relación cercana con Jesús, nuestro Salvador. La educación es esencial; prepararse de la mejor manera posible es importante, pero seguir conscientemente nuestras creencias y buscar la aprobación de nuestro Señor es primordial. Él supervisará cada aspecto de nuestras vidas, allanará nuestro camino y nos sostendrá durante las pruebas que vengan. También nos usará como testimonio para otras personas. De esta manera, podemos convertirnos en un canal de bendición para ellos.

Llamado

Te invito a poner tus estudios y planes de carrera en manos de Dios. Sé fiel a él independientemente de los obstáculos que puedan bloquear tu camino. La recompensa será grande por tal fidelidad. Un día, te encontrarás con Jesús, quien declarará: “‘Bien, buen siervo y fiel; sobre poco has sido fiel, sobre mucho te pondré; entra en el gozo de tu Señor’” (Mateo 25:23).

* Las referencias bíblicas en este artículo se citan de la versión Reina-Valera 1960 ® © Sociedades Bíblicas en América Latina, 1960. Renovado © Sociedades Bíblicas Unidas, 1988. Utilizado con permiso.

Gabriela de Sousa Matías (Magíster en Educación, Universidad de Montemorelos, México) es profesora de Terapia Física en la Universidad de Montemorelos, asistente editorial de Diálogo y directora editorial de las ediciones en español y portugués de la revista. Su correo electrónico es: Esta dirección de correo electrónico está siendo protegida contra los robots de spam. Necesita tener JavaScript habilitado para poder verlo.

Citación Recomendada

Gabriela de Sousa Matías, "Enfrentando los desafíos universitarios con fe," Diálogo 36:1 (2024): 22-24

https://dialogue.adventist.org/es/3925/enfrentando-los-desafios-universitarios-con-fe

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